lunes, 18 de enero de 2010

Mareas desde el más allá: ¿Qué hacemos en Haití?

Mareas desde el más allá: ¿Qué hacemos en Haití?: "¿Qué hacemos en Haití?



José Tomás Sánchez ⋅ Enero 12, 2010



La pregunta me zumba los oídos desde que, a mediados del año pasado, me crucé con una patrulla militar paraguaya en Puerto Príncipe, capital de Haití. Eran cerca de 6 oficiales vestidos, armados y haciendo un recorrido en un vehículo de transporte militar, como nunca me tocó ver en nuestro propio país. Formaban parte de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), un ejército multinacional compuesto por 9.080 uniformados, 487 funcionarios internacionales, 1.211 funcionarios haitianos y 207 voluntarios de la ONU, con un presupuesto de 611,75 millones de dólares anuales. Los países que conforman la MINUSTAH son de América Latina, como Brasil (quien lidera la Misión -Ver Foto 1-), Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y otros, los siempre presentes EEUU y países tan lejanos como Nepal, Sri Lanka y Jordania.



Según la sección MINUSTAH de la página web de las propias Naciones Unidas, ésta se constituye “habiendo determinado que la situación en Haití seguía constituyendo una amenaza a la paz y la seguridad en la región”[1]. Se trata del periodo de crisis política del 2004, cuando el Presidente electo, Jean Bertrand Aristide, “abandonó el país”[2] y las autoridades que se constituyeron autorizaron la entrada de las tropas para controlar la inestabilidad generada por diversas agrupaciones armadas.



¿Cómo funcionó dicha misión en estos 5 años? ¿Por qué Paraguay forma parte de la MINUSTAH, quiénes lo decidieron, quiénes evalúan sus acciones y cuántos saben efectivamente lo que allá está ocurriendo? ¿Qué sucedió en Haití para que deba ser “estabilizado”? ¿Es el país más pobre del hemisferio, históricamente víctima de múltiples formas de violencia extranjera, una “amenaza para la región”? ¿Qué piensan los haitianos de todo esto?



Este artículo no pretende responder esas preguntas, sino contribuir a generar éstas y otras interrogantes, aprovechando que, así como parece, el 2010 se constituirá en un año de grandes debates en Paraguay.



El presente haitiano



Haití es un país de cerca de 10 millones de habitantes, distribuidos en poco más de 27.000 km2 (cerca del 6% del territorio paraguayo). El 70% de la población haitiana es pobre y no tiene empleo, la mortalidad infantil es de 80 por cada mil nacidos, el analfabetismo en las zonas rurales supera el 70%, la estructura económica está destruida y el 60% del presupuesto proviene de la ayuda internacional y de las remesas de emigrantes que fueron a trabajar en otros países.



Estos números son constatados a simple vista en Haití. La pobreza y precariedad son tales, que no es común poseer luz eléctrica o agua corriente, por lo que todo el tiempo las calles están abarrotadas de personas, así como llama la atención que no circulan personas de elevada edad, pues la esperanza de vida gira en torno a los 50 años.



José Luis Rodríguez, brasileño y profesor de historia que trabaja en proyectos de cooperación en Haití, señala que dicho país vive al menos tres graves crisis estructurales: económica, ambiental y política. A pesar de ser un país con una mayoría de habitantes en el sector rural, ésta apenas posee tierras. Los incentivos o posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han destruido la capacidad productiva nacional. Según el profesor, en 1970 Haití producía prácticamente el 90% de su demanda alimentaria y, actualmente, se importa cerca del 55% de todos los géneros alimentarios que se consumen. El ambiente está devastado por el uso intensivo de tecnologías nocivas, el consumo masivo de carbón y la deforestación que alcanzó el 97% del territorio. Y por último, la inestabilidad política, que no es algo reciente, y sobre la que ahondaremos más adelante.



Si bien un análisis simplista podría llevar a pensar que los aspectos estructurales explican la inestabilidad de Haití por sí solos, éstos nada tienen de “natural”, ni se explican solamente poniendo la mirada en los haitianos. Existe un proceso histórico, que tiene tanto de glorioso como de olvidado, y que amerita ser abordado de manera a evaluar mejor la política de “estabilización” que se quiere imponer desde afuera y por la fuerza, y de la que Paraguay forma parte.



El agujero negro de América: olvido y prejuicios



Haití podría ser considerado el país latinoamericano pecador por excelencia; de ahí que perduren tantas décadas de penitencias. En 1804 se constituyó en el primer país independiente de América Latina, gracias a la lucha de una población esclava entusiasmada por las ideas libertarias de la Revolución Francesa que tuvo lugar años antes. Solo que la naciente República de Francia no tenía reservadas para su colonia las ideas de igualdad, fraternidad y libertad y, por tanto, al intentar negar esos valores a la colonia, le costó una humillante derrota a su glorioso ejército napoleónico. Los haitianos eran (y son) en su mayoría negros, su religión más practicada era (y es) el vudú – acusada por los colonizadores de “magia negra”, prejuicio extendido hasta hoy- y el idioma más hablado es el creole. Fueron muchos delitos para la Europa blanca, racista y católica que todavía dominaba el mundo. Demasiados ejemplos peligrosos que podrían expandirse hacia otras colonias latinoamericanas, especialmente las de gran composición esclava. El precio a pagar fue impuesto por las potencias coloniales: un bloqueo total, la amenaza constante de invasión –que obligó a la militarización de un país con la economía destruida - y una deuda externa impagable. Pero ese (mal) ejemplo negro no termina allí.



El Haití independiente se atrevió a ayudar a Simón Bolívar en su lucha contra el colonialismo europeo, con armas, soldados y variados suministros, que lo acompañaron por los campos de batalla, y centenares de haitianos murieron por la independencia de varios países de América del Sur. Ese apoyo se dio con la condición de que Bolívar liberara a los esclavos de los recientes países independientes, lo cual no estaba en los planes del mismo hasta ese momento.



La derrota final del emprendimiento bolivariano, así como las nuevas ataduras que volvieron a sufrir los pueblos latinoamericanos a manos de élites casi todas propietarias de esclavos y portadoras de los valores de la dominación colonial, dejó a Haití solo y aislado. La revolución haitiana no demoró en verse derrotada. Más adelante y viendo solo los últimos 100 años, vinieron otros sucesos, como la ocupación militar de EEUU entre 1915 y 1934, y las dictaduras apoyadas por Estados Unidos, bajo el mando de Papa Doc Duvalier, y luego su hijo, Baby Doc Duvalier, que entre los años 1957 y 1986 aniquilaron a millares de personas en nombre de la llamada “lucha contra el comunismo”.



Tras la apertura democrática, en 1991, fue elegido presidente el sacerdote Jean Bertrand Aristide. Sin embargo, al impulsar algunas medidas para corregir injusticias económicas, fue derrocado y enviado al exilio. Los 3 años siguientes estuvieron caracterizados por persecuciones y la desarticulación de organizaciones sociales y políticas. Mil, dos mil, tres mil muertos, nadie sabe. En 1994 volvió a sufrir una ocupación militar norteamericana, año en que se da la vuelta de Aristide para finalizar su primer mandato, ya sin márgenes de maniobra. La terquedad haitiana de decidir más allá de los deseos de las potencias extranjeras continúa en el 2001, cuando Aristide vuelve a ser elegido presidente, y levanta banderas como el aumento del salario mínimo y el reclamo a Francia de una indemnización que reponga, en parte, los daños promovidos por el país europeo desde la independencia haitiana y que se arrastraron por 200 años.



Eran tiempos de inestabilidad política y social en Haití. La crisis llega a su punto más álgido el 29 de febrero de 2004, cuando Aristide aparentemente había renunciado a su cargo. Tal como señala la página web de la ONU en su relato sobre los antecedentes de la MINUSTAH, a “primeras horas del 29 de febrero, el Sr. Aristide abandonó el país. El Primer Ministro, Yvon Neptuno, dio lectura a su carta de dimisión”[3]. Sin embargo, en aquellos duros días de movilización y represión masiva, el congresista Maxine Waters, del Partido Demócrata de EEUU, afirmaba que había recibido una llamada telefónica de Aristide desde la República Central Africana, denunciando que había sido secuestrado. El 2 de marzo, el abogado del Aristide en EEUU, Ira Kurban, anunciaba en una radio de Miami que,

Permítame aclarar que esto no fue una rebelión. Esto fue un golpe de estado. Fue un golpe de estado dirigido, operado y equipado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, después de que esos servicios de inteligencia seleccionaron a un grupo de personas entrenadas en República Dominicana[4].



El abogado afirmó que el secuestro de Aristide era parte de un plan que se había armado premeditadamente, y que incluía un embargo económico por parte de organismos internacionales de crédito; un embargo de armas que impedían que la policía haitiana se equipara mínimamente para contener a los crecientes grupos armados desestabilizadores; un apoyo a grupos armados que ingresaron por República Dominicana a aumentar la desestabilización en marcha; y, finalmente, que la seguridad personal del presidente, que dependía de una empresa de California, se retirara unos días antes de su salida. Finalmente, “EEUU forzó al Presidente Aristide a subir a un avión, y antes le dijo que si no firmaba una carta de renuncia, lo abandonarían para que lo mataran”[5], acusó Kurban.



La historia continúa con la imposición de un gobierno de facto, que organizó las elecciones ganadas por un nuevo presidente que legitimó el golpe y la intervención militar de la ONU. “En los dos primeros años de ocupación militar la MINUSTAH realmente se confrontó con grupos armados y de secuestradores que se escondían en barrios pobres y de hecho representaban una amenaza para la sociedad, grupos que resultaron eliminados o presos”, admite el profesor Rodríguez.



Sin embargo, una mirada más profunda sobre la función que la MINUSTAH ha venido cumpliendo desde entonces, nos convoca a reflexionar sobre su objetivo inicial, sobre las implicancias de este tipo de intervenciones en países sometidos por la pobreza e, indefectiblemente, sobre la contribución de Paraguay en este emprendimiento.



La MINUSTAH y la estabilización de la miseria



Entrando a Cité Soleil (Ciudad del Sol), una de las comunidades más pobres de la capital Puerto Príncipe y una de las zonas poblacionalmente más densas del mundo, -es una planicie con viviendas de chatarra donde viven 300 mil personas-, lo primero que debía dejarse claro era: “Pá Minustah, pá militar” (No soy Minustah, no soy militar, en creole). En Haití, tener el color del mestizaje equivale a ser blanco, y ser blanco es, para el sentido común, ser un “blanc volé” (blanco ladrón).



Los recuerdos del 22 de diciembre de 2006 – y los días posteriores – todavía perduran: luego de una importante manifestación por el retorno del presidente Aristide, la organización de DDHH Haití Information Proyect denunció que las fuerzas de la ONU entraron a la comunidad disparando a todo lo que se moviera, con un saldo de 30 muertos, contando mujeres y niños.



Más recientemente, en mayo de 2008, el Congreso de Haití sancionó una ley de aumento del salario mínimo, de dos a cinco dólares diarios[6]. Sin embargo, el sector empresarial presionó al presidente René Garcia Preval para no promulgar la ley ya aprobada por ambas cámaras legislativas, con amenazas de despedir a cerca de 25 mil trabajadores del sector manufacturero. Un grupo de estudiantes universitarios inició una serie de movilizaciones por el derecho de los trabajadores, que fue luego seguida por organizaciones sociales y la ciudadanía. La policía local intervino, con colaboración directa de la MINUSTAH, reprimiendo brutalmente las manifestaciones.



En junio sucede otro hecho. Tras la muerte de un dirigente político local, centenares de personas acudieron a su entierro y, conforme a la costumbre haitiana en estos casos, el velatorio fue acompañado de una movilización por las calles. “Inexplicablemente, militares de la MINUSTAH dispararon contra el cortejo, del que muchas personas salieron asesinadas y heridas”, comenta José Rodríguez. La impunidad en estos casos es reinante, pues el Estado no otorga informaciones solicitadas, los medios de comunicación callan, y la MINUSTAH es prácticamente intocable por la justicia haitiana.



Varios informes señalan casos similares de violencia, asesinatos, detenciones ilegales, amedrentamiento a la prensa, cárceles abarrotadas de prisioneros sin garantías, entre otros casos [7].



Para el dirigente Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano, la situación de Haití tiene todos los rasgos como para afirmarse que está bajo ocupación militar, a pesar de los esfuerzos por llamar a la MINUSTAH de ayuda humanitaria: “Nosotros la rechazamos porque entendemos que es una violación de nuestra autodeterminación, de nuestra soberanía y dignidad como pueblo”[8]. Un profesor de Cité Soleil me comentaba indignado que “ese ejército sirve para reprimir manifestaciones legítimas del pueblo haitiano para reivindicar aquello que ajusta a derecho y es normal en cualquier país”.



El gobierno haitiano hace caso omiso y reivindica la presencia militar de la MINUSTAH, a pesar de las presiones de algunas organizaciones internacionales de derechos humanos y del pueblo de ese país. Me decía E.G, estudiante de derecho y partícipe de las manifestaciones por el salario mínimo, que en un país abarrotado de basura, sin servicios públicos de agua corriente y luz distribuidos mínimamente, con un sistema vial destruido, los países que intervienen militarmente no fueron capaces de levantar un solo programa de cooperación que sea útil, a pesar de los más de 600 millones de dólares que tienen como presupuesto. E hizo un llamado:

Es urgente que ustedes, en sus países, discutan este tema. Pueden estar de acuerdo con ayudarnos, pero fallan en la manera. En un país donde la miseria es masiva, las balas poco solucionan. Si se van, el pueblo sabe que de nada sirven hoy, que no pierde nada."